Diego en el Sevilla de España
Una suspensión con sabor a vendetta italiana le prohibía jugar al fútbol. Quince meses era la sentencia, que recién lo liberaba el .. ... . Demasiado tiempo para un talento indomable. Necesitaba correr. Necesitaba gritar un gol. Necesitaba ser feliz.
Campeón del mundo con Argentina. Ganador todo en Italia. Había llegado a la cima. Al cielo. Era Dios. Intentaba volver a ser terrenal. Y Sevilla era el destino ideal para eso. Jugar y divertirse, esa era la consigna.
Interminables negociaciones con el Napoli, que insistía en que regresara a Italia cuando se cumpliera la suspensión, eran señales claras de que la tranquilidad no existía para él. Volvía a estar nuevemente en el centro de la escena.
Objeto de culto al fin, el amor desmedido de los napolitanos añoraba sus hazañas. Sangre latina caliente que no admitía la resignación. Pero el Sevilla FC, con Carlos Salvador Bilardo como técnico y el Cholo Simeone, esperaban por él. Después de 86 días de negociaciones, obtuvo la ansiada libertad. Lloró abrazado a sus hijas. Como le dijo su representante Juan Marcos Franchi en aquel momento: "Pibe, sos libre. Sos libre de verdad...".
El 28 de septiembre de 1992 volvió a pisar un campo de juego. Fiesta en Sevilla para recibirlo. Treinta mil personas esperaban en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán. El Bayern Munich de su amigo Lotthar Matthaus era el invitado, el partenaire. Un tiro libre en el travesaño, indicaba que la clase estaba intacta.
Tenía que seguir demostrándolo, en serio. San Mames, el estadio inevitable. Athletic Bilbao, el rival. Como si el tiempo no hubiera pasado. La catedral del equipo vasco había sido el escenario de las eternas batallas en su paso por Barcelona. Pero este 4 de octubre de 1992, la historia era bien distinta: hacía su presentación oficial. Otras cosas, claro, no habían cambiado. El grito de bienvendia de los ultras del Bilbao fue inconfundible: "¡Goyko. Goyko!", escuchó Diego. El nombre de quien casi una década antes había transformado su tobillo en una madera rota y la noche previa se había presentado en el hotel del Sevilla para, por fin, disculparse.
Lo cierto es que si algo no habían perdido los rivales por él, eso era el respeto. El Real Madrid y Barcelona vieron lo mejor de su talento. La selección lo tentaba nuevamente. Volvían los viajes. Retornaban las presiones. Comenzaban los... problemas.
Los viajes a la Argentina para ponerse la irrenunciable celeste y blanca desgastaron la relación con el presidente Luis Cuervas. Nada volvería a ser como antes
El 12 de Junio de 1993, fue el fin. Explotó. Estaba golpeado en una rodilla, dolorido. En el entretiempo del partido frente al Burgos, Bilardo le pidió que se infiltrara. A los ocho minutos, el técnico ordenó el cambio. Se sintió usado. Lo miró a los ojos, lo puteó y se fue. Todavía no sabía hacia donde.
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